sábado, 7 de noviembre de 2015

NICOLAS DE CUSA

LA MENTE HUMANA COMO «IMAGEN DE LA MENTE DIVINA» EN NICOLÁS DE CUSA

mente rompecabezasA Nicolás de Cusa (1401-1464) se le ha señalado como un portero de la modernidad o el autor del declinar del Medioevo. Ángel Luis González de la Universidad de Navarra escribió un cuidadoso artículo sobre la mente y el conocimiento en el pensamiento de Nicolás de Cusa, para quien representa junto a otros autores un productivo «interludio de las épocas».
En su obra «La mente», Nicolás de Cusa subraya, que mente procede de «mens» es decir de medir. «La mente es aquello que es término y medida de todas las cosas». Para el Cusano, «conocer es medir y discernir», de allí que también considere que la mente es una substancia viva «mens est viva substancia», lo que equivale a decir en el pensamiento cusánico que la mente vivifica el cuerpo y crea visiones intelectuales por su fuerza asimiladora «vis assimilativa».
Nicolás de Cusa concibe al ser humano como «microcosmos», pues por estar dotado de mente, y posibilidad de conocer contrae en sí mismo todas las cosas, y refleja en su mente las imágenes de todas las cosas. El ser humano al «contemplarse a sí mismo» como capaz de «conocer» asimila todo con los sentidos, con la razón y con el intelecto. En su breve obra «De ludo globi» (El juego de la pelota), afirma que el hombre es microcosmos, es decir un «pequeño mundo humano», y así como el mundo tiene su alma «anima mundi», así también el hombre tiene su alma. El ser humano, añade el Cusano, al reunir en sí mismo atributos que se encuentran por separado en otros seres, es una representación finita de la «coincidentia oppositorum» divina.
En su obra «La mente», que forma parte de los «Idiotae libri», Nicolás de Cusa también considera a la mente humana como «imago Dei», es decir como la imagen de «Dios» y por consiguiente imagen de la misma «mente divina», pues la mente del ser humano es la primera imagen de la divina complicación (síntesis) que complica todas sus imágenes en su simplicidad y en su capacidad de complicación. «Dios» es «omnia complicans», la complicación (síntesis) de las complicaciones, pues contiene todas las cosas en cuanto que Él es la causa de todas las cosas, y la mente humana que es la imagen de «Dios» es la complicación de las complicaciones.
Lo que hace relevante a la mente humana, para el Cusano, es que por encima de cualquier cosa es «imagen pura de la eternidad», pues la mente absoluta del Absoluto, Dios, es la verdad de todas las cosas, y la mente del hombre es la asimilación de todas las cosas por su propia capacidad de conocer, concebir, discernir, valorar, y recrear la realidad que ella misma no crea.
La mente es una imagen que se conoce y reconoce a sí misma como imagen: ese reconocimiento lleva consigo que en último término esté siempre inquieta en un impulso connatural hacia su modelo, hacia su Verdad, hacia el Absoluto que la ha creado, hacia la sabiduría eterna. Por consiguiente, la mente también es «Capax Dei» (capaz de Dios), pues trata de alcanzar la Sabiduría sempiterna que la haga comprender y comprenderse a sí misma como posibilidad de trascendencia por ser ella misma imagen y reflejo de infinitud.

ELMAR SALMANN - BENEDICTINO - MISTICA - TEOLOGIA

«LA ESPIRITUALIDAD COMO POSIBILIDAD DE ESTAR A LA ALTURA DE SÍ MISMO, DEL MUNDO Y DE ‘DIOS’»

Citaciones tomadas de Salmann E., «Sciencia e spiritualità. Affinità elettive», EDB, Bologna 2009. Traducción del Italiano por Leandro Posadas
P. Elmar Salmann o.s.b
P. Elmar Salmann o.s.b
El monje benedictino y brillante teólogo alemán, Elmar Salmann, nos presenta en una breve obra: «Sciencia e spiritualità. Affinità elettive», Bologna 2009, algunos esbozos sugestivos acerca del espíritu del ser humano cuando logra entrar en relación consigo mismo, con el mundo, y con ‘Dios’, por medio de la practica espiritual e intelectual.
Según E. Salmann, nuestro tiempo está gobernado por un insólito «pathos» por el infinito: «queremos todo, y ese todo en modo infinito». Deseamos ser totalmente comprendidos, aceptados, valorados, y a la vez ser plenamente libres. Hemos dejado de lado la sabiduría y humildad de reconocer nuestros propios límites. Paradójicamente, la mayoría de las personas, afirma Salmann, no se aceptan a sí mismas, justamente porque no sé conocen en lo absoluto. Podríamos afirmar que el gran problema del ser humano de hoy es el total desconocimiento de sí mismo, el cual tiene como consecuencia la falta de madurez y de adultez; la incapacidad de «estar en nosotros mismos», dignamente, ante el mundo que nos rodea. Para nuestro autor, la civilización occidental actual es una sociedad «infantilizada», fluctuante y vacilante, que no sabe decidir qué debe ser y hacer, y que como consecuencia «no testimonia la ‘vivivilidad’ y amabilidad de la vida».

La invitación del profesor Salmann, ante tal paisaje actual no es pesimista, por el contrario es una visión realista, pero a la vez esperanzadora sobre el ser humano. Pues al reconocer nuestros límites, nuestro poder ser y estar en el mundo, y especialmente nuestra impenetrable profundidad, podremos percatarnos -conscientemente- de nuestras posibilidades y capacidades, de modo ecuánime y acertado.

El Maestro budista No Ajahn Chah, en alguna de sus reflexiones afirmó: «Todo discurso que ignora la incertidumbre no es el discurso de un sabio», y nuestro autor en su pequeña obra «Sciencia e spiritualità. Affinità elettive», declara: «el ser humano no será jamás señor total de sí mismo, no se alcanzará jamás a sí mismo del todo», justamente, por el hecho de ser «impenetrable profundidad». El ser humano permanece «herida abierta» y al mismo tiempo, «cáliz abierto que se ofrece a un futuro que no está en sus manos poseer». 

Para E. Salmann, los seres humanos jamás alcanzaremos la comprensión de nosotros mismos. Dicha no comprensión es, paradójicamente, «una gracia grande, aunque difícil y fatigosa». Y añade, que aunque llegásemos a comprender todo «sabríamos muy poco acerca de qué cosa deberíamos hacer y realizar con tal conocimiento».


El ser humano y el mundo

Por lo cual, «cada uno debe infinitamente ejercitarse para estar en proporción con su propia profundidad y con su propia ‘altura’». ¿Cómo se realiza esa ejercitación según nuestro autor? 

En páginas anteriores de su citado libro, él hace referencia a la filósofa francesa Simone Weil (1909-1943), quien en su obra «L’ombra e la grazia» expresa la exigencia de que «en las ciencias teológicas -y del «espíritu»-, no pueden existir imprecisiones o vagas aproximaciones, pues «el misterio» exige una precisión mucho mayor que la requerida por las matemáticas». La espiritualidad, para Simone Weil, es «escuela de atención, cuya ascesis se forja y se realiza en la ‘oración’».

Para el Padre Salmann, espiritualidad significa «Ser en el espíritu: fuerza y sentido exquisito del hacerse concreto de una vida, como también fuerza y sentido exquisito de saber tomar distancia; del poder ver con sentido crítico y discernimiento; fuerza del orden y del carisma libre, de la tradición y de la profecía; fuerza de la comunicación, del intercambio y de la soledad». «Espíritu» significa también el coraje para estar a la altura de la propia profundidad, de las propias intuiciones, de la propia ‘apuesta de vida’: de la propia vocación». 
¡Dichosos los que puedan tener junto todo lo anterior! pues estarán soberanamente preparados para iniciar «alguna cosa» consigo mismos y con el mundo, ya que se han desprendido, y han conquistado y encontrado su libertad. Podemos, afirma E., Salmann, y estamos autorizados y debemos corresponder en modo creativo con el mundo y con el «Otro/otro».

Hemos iniciado este breve artículo afirmando, junto al Padre Salmann, que el ser humano de nuestro tiempo está hambriento de «infinito». Nuestro autor nos ha delineado en modo espontáneo algunos matices que pueden ser de ayuda para ver con perspectivas amplias nuestro ser y estar en el mundo, y los aspectos, situaciones, personas, lugares, decisiones, intuiciones, que nos hacen seres «espirituales» inacabadamente en búsqueda.

Para el profesor Salmann la vida debe ser puesta, digna y modestamente «coram Deo», delante de una instancia que trasciende nuestros límites, una instancia «como lugar de articulación donde se puedan conservar las proporciones y las medidas de aquello que es eternamente infinito, con aquello que es contingentemente temporal».

 Instancia donde se contenga nuestro «yo occidental», atiborrado hoy en día de derechos, y al mismo tiempo contenga también la realidad que nos sobrepasa y nos afecta, pues queremos que ésta sea exclusivamente como deseamos que sea: fácil, segura, cómoda, sin dolor y sin sufrimiento. 

Instancia en la cual la verdad de la alabanza y de la pena se contengan; instancia en la cual el ‘hambre de infinito’ y la ‘realidad enjauladora’ sean posibilidad de un umbral abierto y amplio para una vida que es demasiado pequeña y corta, y al mismo tiempo demasiado grande y larga. La infinita y sempiterna sabiduría del cosmos nos ha donado dicha instancia. Para algunas culturas, pueblos y tradiciones es un ‘Dios personal’, para otros es una consciencia clara de que somos posibilidad de ‘divinización’ y liberación en y desde nosotros mismos. Oriente y Occidente se saludan en dicha instancia justamente cuando callan y permiten que el silencio nos transforme y nos purifique de tantos anhelos e ilusiones.



 P. Elmar Salmann, o.s.b., en el Ateneo Sant'Anselmo en Roma

P. Elmar Salmann, o.s.b., en el Ateneo Sant’Anselmo en Roma

Fui alumno por varios años del teólogo y monje benedictino alemán, Elmar Salmann, quien fue uno de los que me inspiraron, por medio de sus clases y conversaciones, a crear este espacio dedicado a la mística occidental y oriental. Recuerdo con profundo respeto y admiración al P. Salmann, quien, desde su brillante y audaz visión de la vida, de la teología, de la filosofía, del pensamiento occidental, y de los más variados temas, me incitó a no quedarme solamente con lo que los textos oficiales de la religión cristiana me ofrecían. 

Desde hace algunos años he descubierto y experimentado que sólo un camino profundamente espiritual regido por el silencio, la compasión, la austeridad, y metódicas prácticas ascéticas e intelectuales, puede llevarme a un real encuentro con “Aquél” que muchos, tanto en Oriente como en Occidente, llaman “Dios”. En dicha “Presencia” está la posibilidad de ir más allá de los deseos ilegítimos (disfrazados como legítimos) con que la vida nos ha engañado, o como decía Shankara, el fundador del Avadaita-Vedanta, “la vida nos ha hechizado”; y descubrir que podemos llegar a la “emancipación” sólo liberándonos de todo aquello que creemos nos hace “personas”. 

Al respecto, Elmar Salmann en su libro Passi e passaggi nel Cristianesimo. Piccola mistagogia verso il mondo della fede, nos ilustra acerca del mundo de hoy, y nos dice que nuestra época es una época de la privación de Dios: Dios no se verifica más en su actuar, en su entrar en acción como ocurre en la Biblia, de modo que no se le puede discernir de aquello que es mundano. Él se ha hecho anónimo, y teólogos como Balthasar y Rahner están de acuerdo con dicha afirmación. Tal situación constituye para los creyentes católicos, cristianos una gran dificultad. 
 
Nuestro mundo es un mundo sin estructura, afirma el autor en su libro, es decir no jerárquico, un mundo no caracterizado por diferencias esenciales, se vive, por decirlo así en la noche del agnosticismo, y lo más importante es que debemos acoger, aprehender, integrar dicha situación en modo completamente realístico: estamos todos huérfanos de Dios. Muchas veces la Iglesia católica en sus documentos oficiales parece no percibir la relación entre la gente y su fe, y piensa de modo anacrónico sobre el mundo y las relaciones entre los hombres: 

Dios no se manifiesta más como el omnipotente, padre eterno, no más como perspectiva central, no es más una réplica de Zeus, de un dios “pagano”, sino un Dios hecho palabra que lleva en su esencia trinitaria, según el autor, un amor maternal, paternal, filial: hoy en la Iglesia católica no han surgido desde este Dios revelado en la cruz, pobre, débil, mendicante, trinitario, caleidoscópico, paradójico, formas de representación eclesial: otra imagen de Dios en la institución es necesaria; la jerarquía eclesiástica, como ocurre en latinoamérica, está, la mayoría de las veces apoltronada, los superiores de nuestras comunidades viven ajenos a nuestra realidad social concreta: ¡Otra imagen de Dios es necesaria!